Julio Camarena Laucirica nació en Ciudad Real el 21 de febrero de 1949 y falleció en Madrid el 22 de noviembre de 2004.
Por deseo suyo, de su viuda, Mercedes Ramírez, y de sus hijos Paula y Julio, la gran biblioteca especializada que fue atesorando a lo largo de toda su vida (la más importante de España especializada en el género del cuento y de la leyenda tradicionales) fue legada al Centro de Estudios Cervantinos, institución que publicó los últimos libros que vieron la luz en vida suya.
En el Centro de Estudios Cervantinos seguirá cumpliendo la función que tuvo en casa de Julio: servir de base para la investigación, alumbrar estudios, reivindicar el género del cuento tradicional, sobre todo del cuento de tradición oral moderna, que él logró introducir en el canon de los estudios literarios hispánicos.
Homenaje a José Fradejas, Julio Camarena y Maxime Chevalier
(16 de enero de 2009)
Semblanza de Julio Camarena
Julio Camarena Laucirica nació en Ciudad Real en 1949. Hijo de maestros, su familia paterna era manchega (del pueblo de Piedrabuena), y su familia materna era vasca. Ello explica que viviese casi toda su infancia y su juventud en Bilbao, aunque mantuvo siempre vínculos estrechos con su otro solar familiar. Tras realizar estudios de Ciencias Económicas, y a poco de cumplir la veintena, ingresó en la administración del Estado, de la que fue funcionario hasta su muerte. En Madrid, donde vivió el resto de su vida con su familia: su esposa Mercedes y sus hijos Julio y Paula. Aquellos años de juventud, que coincidieron con los del final del franquismo y con los inicios de la transición democrática, fueron vividos por Julio con esperanzada ilusión y hasta con un intenso activismo político (progresista), que luego evocaba muchas veces con cierto desencanto, por más que sus sueños de entonces reflejaban muy bien lo que fue una constante de su carácter y de su actividad a lo largo de toda su vida: la entrega incondicional a lo que hacía y el compromiso individual puesto al servicio idealista de los demás.
Asombra constatar que la inmensa obra científica de Julio Camarena se construyó siempre al margen o en la periferia de las instituciones académicas de España, desde esa actitud de compromiso personal con la sociedad que siempre le marcó. Durante toda su vida realizó sus funciones y cumplió sus horarios de funcionario de la administración, en puestos relacionados con la gestión económica ─de hecho, su carrera como funcionario no dejó nunca de ser tan intensa y entregada como brillante y fructífera─, y sólo en las horas que le quedaban libres, en los fines de semana o en las vacaciones, pudo consagrarse a lo que ninguna persona perteneciente al gremio académico logró realizar con la misma calidad e intensidad que él: a la recolección, la transcripción, la edición y el estudio de cuentos españoles de tradición oral. Su caso recuerda, visto desde esa óptica, el de Alexandr Nikoláievich Afanásiev, el gran editor de cuentos folclóricos rusos que a mediados del siglo XIX logró rescatar una de las colecciones más nutridas e importantes de cuentos folclóricos jamás documentados desde su discreto puesto de funcionario de la administración de su país. Salvando las distancias, porque la labor de Julio fue, en cualquier caso, mucho más esforzada y comprometida, ya que muchas veces se ocupó él personalmente de la siempre complicada y a veces arriesgada empresa de la encuesta de campo (algo que no hizo Afanásiev, quien se limitó a editar textos enviados por corresponsales de diversos pueblos de Rusia) y porque trabajó con un método de análisis y de estudio obviamente mucho más exigente y perfeccionado que el decimonónico del editor ruso.
El nacimiento de su hijo Julio coincidió con el despertar de su pasión por los cuentos folclóricos. Las primeras encuestas se desarrollaron en su pequeño pueblo manchego, Piedrabuena, entre familiares, vecinos y amigos de toda la vida. Poco a poco, su radio de acción fue ampliándose hacia los pueblos del entorno próximo, y llegó el día en que también alcanzó hasta el entorno un poco más lejano. Desde su casa en Madrid realizó también incursiones por los pueblos de la comunidad capitalina y de las provincias cercanas. Forzosamente autodidacta, en una España en que los registros y estudios serios y científicos sobre el cuento folclórico eran prácticamente inexistentes, Julio comenzó a acumular cintas grabadas, a realizar transcripciones fieles y minuciosas, a hacer lecturas (de libros y de autores por lo general extranjeros) sin tener al principio muy claro el objetivo ni el destino de todo aquello, aunque sí lo muy necesario y urgente que era hacerlo. Así fue reuniendo, paso a paso, cinta a cinta, encuesta a encuesta, una gigantesca colección de cuentos tradicionales de La Mancha, una parte de la cual vio la luz con el título de Cuentos tradicionales recopilados en la provincia de Ciudad Real (1984). Un segundo volumen, que dejó preparado y listo para la imprenta, está todavía inédito.
Por aquella misma época, Julio Camarena se incorporó a un grupo de investigación en etnografía y antropología que dirigió Julio Caro Baroja en el Consejo Superior de Investigaciones Científicas de Madrid y que le dio la oportunidad de intercambiar opiniones, conocimientos, bibliografía, materiales, con otros colegas y científicos. También por aquellos años, él fue uno de los promotores de la recuperación y publicación de la monumental colección de Cuentos populares de Castilla y León (1988), en dos gruesos volúmenes, que en la época de la República y de la Guerra Civil había compilado en España el investigador norteamericano Aurelio M. Espinosa (hijo). De hecho, fue Julio Camarena quien perfeccionó sus aparatos críticos y cuidó su edición, en contacto y colaboración con el propio Espinosa, quien, ya muy anciano (falleció casi centenario, en California, poco antes de que lo hiciera Julio) vio cumplido el sueño de publicar una colección de cuentos que llevaba medio siglo inédita y que ahora se considera ya tan clásica como imprescindible.
A finales de la década de 1980 y a comienzos de la de 1990 Julio Camarena colaboró también (siempre desde su muy singular estatus de investigador independiente) con la Cátedra-Seminario Menéndez Pidal de Madrid, que en aquellos años preparaba un gran romancero de la provincia de León. En 1991 vieron la luz los dos excepcionales volúmenes de Cuentos tradicionales de León, que Julio había registrado en pueblos y aldeas de aquella provincia en los años anteriores, aprovechando sobre todo los períodos vacionales. Esta obra es ya un monumental tratado de madurez, riquísimo en etnotextos de extraordinaria importancia, pero también en comentarios científicos y en aparatos críticos sin parangón, hasta entonces, en la bibliografía hispánica sobre el cuento tradicional.
Por aquella época se había iniciado ya también la muy intensa y fructífera colaboración de Julio Camarena con el profesor francés Maxime Chevalier, catedrático de la Universidad de Burdeos, sabio decano del hispanismo francés y especialista máximo en los cuentos folclóricos españoles de los siglos XVI y XVII, que algún tiempo después comenzó a dar más frutos excepcionales: entre 1995 y 2003 vieron la luz, en efecto, los cuatro primeros volúmenes del Catálogo tipológico del cuento folklórico español, obra de referencia absoluta de los estudios sobre el cuento español e hispanoamericano y, sin duda, uno de las más importantes (acaso el que más) catálogos regionales o sectoriales de cuentos que existen en el mundo, dado que en muy pocas tradiciones del planeta podrán encontrarse tanta variedad y tanta riqueza de relatos tradicionales como la que ha podido ser documentada en la encrucijada de culturas y de lenguas que es la península Ibérica.
Los dos primeros volúmenes estaban dedicados a los Cuentos de animales y a los Cuentos maravillosos. Fueron publicados por la editorial Gredos. El volumen tercero, consagrado a los Cuentos religiosos, y el cuarto, a los Cuentos-novela, fueron publicados por el Centro de Estudios Cervantinos de Alcalá de Henares.
Julio Camarena desapareció a los cincuenta y cuatro años de edad, en plena madurez humana y profesional, en el momento en que su memoria, su intuición y su esfuerzo estaban regalando a los estudios sobre el cuento tradicional español los frutos más brillantes, más originales, más elaborados que se habían visto hasta hoy. Los muchos meses de lucha contra la enfermedad no lograron arrebatarle, hasta las últimas semanas, la lucidez y las fuerzas para seguir avanzando en una obra monumental que no tuvo tiempo de rematar, pero que justo en aquel período de viacrucis personal experimentó un inmenso impulso. En el último año y medio de su vida, que pasó recluido en su casa ─con estancias esporádicas en el hospital─, arropado en todo por su familia, pudo terminar de revisar y de corregir las pruebas de los volúmenes tercero y cuarto del Catálogo tipológico del cuento folklórico español (realizado en colaboración con Maxime Chevalier), de terminar por completo el quinto volumen (que se publicará pronto), de ultimar la revisión y edición de una magna colección de cuentos de Las Hurdes, de redactar varios artículos y estudios tan densos como profundos, y hasta de hacer breves y rápidos viajes para impartir conferencias en puntos diversos de la geografía española (desde Jerez de la Frontera hasta Barcelona).
La última conferencia que tenía programada, unos días antes de su fallecimiento, en un magno congreso sobre el cuento tradicional organizado por la Universidad Internacional Menéndez Pelayo en Valencia, se quedó en sueño ansiosamente acariciado por él y por todos los que ansiaban escucharle.
Meses antes del fallecimiento de Julio quedó ultimada y me fue entregada la versión informática del quinto volumen, el dedicado a Cuentos del ogro tonto. Al mismo tiempo, Julio puso en mis manos los archivadores, llenos de fichas manuscritas en su letra pequeña y clara, de lo que debiera ser la sexta parte, la más extensa, la más compleja, la más difícil, de su obra magna: la dedicada a los Cuentos satíricos. Echar un vistazo a los materiales que Julio Camarena no pudo terminar de ordenar ni de editar causa no sólo asombro, sino también vértigo: es casi imposible entender que una persona que jamás pudo dedicarse profesionalmente a la investigación literaria, que siempre tuvo que depender de sus propios medios y fuerzas, que debió reservar a esta labor los ratos libres, los fines de semana, las vacaciones, pudiese acometer y sentar los cimientos de una empresa de tal envergadura, que a cualquier profesional de la investigación literaria, con dedicación exclusiva y respaldo de las instituciones académicas, le llevaría muchos años y enormes esfuerzos sacar adelante.
Otros de sus títulos: los dos volúmenes de los Cuentos de los siete vientos de 1987-1988, los Seis cuentos de tradición oral en Cantabriapublicados en 1994 en colaboración con Fernando Gomarín, el Repertorio de los cuentos folclóricos registrados en Cantabria, de 1995... Además de sus libros, Julio Camarena publicó una buena cantidad de artículos acerca del cuento folclórico español que hoy ya pueden considerarse clásicos: los dedicados a las reminiscencias de mitos clásicos en la tradicón oral moderna, a la mitología ibérica sobre el lobo y a las leyendas españolas sobre hombres-lobo, a las versiones españolas e hispanoamericanas de La bella durmiente, a la tradición cuentística vasca, a los cuentos insertos o reelaborados en las novelas picarescas de los siglos XVI y XVII, a los relatos tradicionales sefardíes...
En los últimos años, su proyecto más querido (aparte de su magno Catálogo) era una serie de artículos sobre los paralelos cuentísticos de los mitos bíblicos. Logró rematar tres, y tenía muchos más en su mente y en sus sueños. A ellos dedicó sus últimas fuerzas, que tampoco alcanzaron para rematar una empresa tan ingente como era ésa.
La vocación, la tenacidad, la pasión, la capacidad de trabajo, no fueron las únicas cualidades que necesitó Julio Camarena para construir una obra científica como la que dejó. La que más le caracterizaba era, sin duda, otra: su absoluta generosidad, su total falta de envidia, su carencia de ambiciones personales. El hecho de haber trabajado toda su vida al margen de las instituciones académicas, de haber tenido que hacerse él mismo su método, labrado su formación y construido su obra, le mantuvo apartado de las rencillas y miserias del mundo universitario, que él tenía, seguramente, excesivamente idealizado y al que miraba desde una actitud de modestia y humildad tan sincera como injusta hacia sí mismo, ya que la labor científica que con sus fuerzas individuales realizó no desmerecía, en absoluto, de la que podía haber realizado todo un equipo de investigadores.
José Manuel Pedrosa
Universidad de Alcalá